domingo, 29 de agosto de 2010

Sentimientos encontrados

Apenas permitió que un atisbo de luz ingresara por las hendijas de su persiana. Afuera, la ciudad se preparaba para un nuevo día de caminatas apresuradas, motivadas por el ansia y la impaciencia típicas de sus fieles transeúntes. Hacía días que su televisor extrañaba ser encendido, y una pila de diarios aguardaba en su puerta. Falta de ganas, de ánimo…simplemente no sabía que sentir, ni cómo. Quien se encargaba de ese tipo de cuestiones ya no estaba a su lado. Sin embargo, permanecía inmutable ese deseo que constituye para cualquier escritor un bálsamo: el de escribir. En tiempos más felices que aquellos se había embarcado en un proyecto de novela que ansiaba terminar cada día más. Preparó una taza de café con lo poco que quedaba en el frasco. Su alacena también había sido víctima de su desinterés por ir al mercado. Encendió un cigarrillo, y se sostuvo con una mano en el marco de la puerta
. -Ya nada quedaba de quien había sido. Su vida empezaba a partir de donde había terminado. Ahora era él y su naufragio.-
  Se descubrió ensimismado en sus pensamientos hasta que escuchó una respiración agitada y un frío lengüetazo en su mano. Era Luna, su fiel compañera caniche que al parecer andaba necesitada de cariño como en el fondo, lo estaba también él. Calmó la ansiedad de la perra con unas leves caricias en su cuello, a las cuales Luna respondió con un brusco balanceo de su cola que culminó por tirar el mazo de cartas que hacía una semana reposaban en la mesita del comedor. Decidió tomarse un baño y pedir algo para comer. Leyó algunas hojas de La balsa de piedra y se echó a meditar, ya que hacía largas noches que no conseguía conciliar el sueño. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué de un momento a otro se encontró solo? ¿Cómo se atrevían esas caderas anchas, esos ojos radiantes, ese cabello rizado a dejarlo tan vulnerable? Estas eran solo algunas de las preguntas que cruzaban su mente. -Las aguas estaban revueltas. Un mar enfurecido lo azotaba. Sin embargo él debía mantenerse firme si quería llegar a buen puerto-.
  Durmió. El día siguiente lo encontró de mejor humor. El tan esperado descanso había surtido efecto. Afeitó su barba desalineada y luego dispuso parte de su tiempo en una observación detallada de su rostro frente al espejo. El tiempo ha hecho lo suyo, pensó. Su hambre era tal, que los ruidos de su estómago llegaban a escucharse. Como su heladera contenía únicamente un par de limones, una botella con agua y un ajo decidió que era hora de ir al almacén y de paso dar un paseo a Luna. Ingresó y recorrió las góndolas rápidamente en busca de salsa de tomate, un paquete de fideos y un vino tinto. Sabía que Luna se encargaría de ladrarle a cuanto perro, persona o bolsa de basura se le cruce, por lo cual debía apresurarse. Fue en ese recorrido veloz donde cometió el acto más torpe que podría haber hecho. Trastabilló al pisar el cordón de su zapato izquierdo y arrasó consigo a una muchacha que se disponía a tomar una lata de atún, mientras que en su otra mano sostenía un cabernet sauvignon cosecha 2003. Como de costumbre, la gente alrededor quedo paralizada frente a la escena, sin ofrecer ningún tipo de ayuda. Alzó la mirada con temor, y descubrió que la chica en cuestión estaba sonrojada riéndose en el piso, mientras intentaba acomodar su ropa. Al ver que el desenlace no había sido tan trágico como pensaba, hizo una mueca de felicidad. Sin saber cómo, se encontró bebiendo con ella en “Gibraltar”, un antiguo bar de la zona de San Telmo. Sus risas se extendieron por largo rato entre copa y copa. Ninguno de los dos sabía por qué estaba allí. Bailaron y bebieron, hasta quedar ebrios. Ambos tenían la necesidad de ahogar sus penas y se acompañaron mutuamente en ello. Se hacían bien. 
-El sol había caído ya cuando el hombre, semi-tendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor.-
Miró por la ventana y pese a su asombro, vio que por fin le había dado un final a su novela. En su interior sintió llegar una oleada de sensaciones, que no creía recordar en los últimos días. Por primera vez luego de mucho tiempo, se sintió bien consigo mismo.

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