sábado, 13 de noviembre de 2010

ZOOM


Tan próximas sus siluetas, que en dos eran uno. Hubo un tiempo en el que supieron hacer latir sus corazones a un mismo compás. Pero el cambio ya estaba instalado hace rato en aquella mirada esquiva. Cuanto más cerca estaba de él, menos comprendía. La realidad hablaba un lenguaje indescifrable, había perdido toda dimensión de lo que pasaba a su alrededor, por culpa de sus palabras, que la contaminaban y la llenaban de ira. El era capaz de penetrar  sus sentidos haciéndolos caer en desuso. Ella era pequeña y diminuta y cabía en la palma de su mano. Las lágrimas reposaban en su mejilla para luego inundarla completamente y saciar con ellas su sed. Sabía que podía llegar a morir ahogada en su mar turbulento. Sus ojos negros la vigilaban constantemente como dos faros que la enceguecían. No hacía más que estar pendiente de ella. Envejece, siendo esclava de esta irrealidad.
     De repente algo estalla y rompe en mil pedazos con la pasividad y la quietud. Siente que se agranda y crece. Sube, escala, asciende y llega a un punto tal en el que decide. Lo mira, esta vez con la seguridad que aparece solo en los momentos determinantes. Lo observa, de cerca, de lejos y se vuelve a enterar de la miseria que lo oprime. Esa que no le permitió amar, ni ser amado. Con un coraje impropio de su persona, lo abandona alejándose de él hasta convertirlo nada más que un punto en el horizonte. Hasta que desaparece. Y por fin, se siente libre.