sábado, 28 de agosto de 2010

Malos aires



El silencio gobernaba las calles y las hojas de los árboles caían anunciando la llegada del otoño. Buenos Aires despertaba una vez más con el murmullo de los vientos y el cantar de los pájaros, que gozaban de una libertad que nosotros ya no teníamos. Confieso que una parte de mí les tenía envidia.
Desde la llegada de las temibles invasoras a la ciudad, todos nuestros planes y costumbres habían cambiado bruscamente. La pelota había dejado de rodar en todos los estadios de fútbol, así como también en las calles ya que los niños  pasaban las tardes encerrados en sus casas. Poco a poco, las noticias habían ido desapareciendo. Los diarios no se imprimían y en la tele Bob Esponja reemplazaba a Santo Biasatti. Algunos periodistas se animaban a dejar sus opiniones y comentarios al respecto de las nuevas inquilinas de la Ciudad, a través de las redes sociales en Internet. Incluso muchos de ellos compartían algunas fotos. En ellas se veía a las-¿inocentes?- palomitas usurpando la fachada de la casa rosada, o vigilando desde lo que era su control de mando: el Obelisco. Claro que quienes tomaban estas fotografías, habían sido lo suficientemente precavidos, como para sacarlas desde un helicóptero ya que el mínimo contacto con alguna de ellas, podía causar una terrible enfermedad hasta el momento desconocida. Según los especialistas, a partir del momento en que estas aves se disponían a alzar vuelo, eran capaces con su aleteo de contaminar el aire con este extraño virus.
Cualquiera sea el motivo de semejante aparición en masa de estas palomas, lo cierto es que se dieron el lujo de atemorizarnos a lo largo de todo el mes de Junio de 2012 y de transformar a la transitada y luminosa Buenos Aires en una ciudad vacía y nostálgica. Por suerte, no volvió a ocurrir algo semejante. Sin embargo, cada vez que voy por Plaza de Mayo las observo, y sus ojos reflejan claramente que están tramando algo…

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